¿Sueño? (cuento)

25.07.2021

                                                        En el sueño viajaba por un desierto, eran kilómetros de médanos y sabía -como se sabe en los sueños, por puro saber- que había una casa de adobe esperándome en algún lado. Buscaba mi hogar. Caminaba por una cuesta empinada hacia la cima más alta que tenía a mi alcance. Los pies se me hundían en la arena y costaba subir, estaba empapado en sudor, sentía el turbante chorreando en mi nuca.

Una vez arriba me senté y miré hacia los confines de esa inmensidad. Esperaba ver algún punto, una sombra que delatase la ubicación de mi refugio. Pero sólo veía el reflejo del sol en la arena eterna. Me quedé allí horas. En un momento al oeste me pareció ver algo que se movía, parecía ondularse a lo lejos. Debía haber como cien médanos entre ese sitio y mi cuerpo. Lentamente emprendí el camino, la distancia era imposible y sin embargo pareció de lo más natural ir hacia allí. Así como por arte de sueño atravesé todo ese árido trayecto. Estando a sólo una cuesta de llegar, la visión se hizo más nítida. Pude ver claramente que lo que pensaba era mi casa de adobe se parecía más a una tienda, como esas en que los tuareg arman su morada. Me fui acercando a paso lento pero constante.

Estaba llegando a la amplia explanada que se formaba después de la ladera. Ahí comprendo que desde donde la vislumbré no había chances de haberla visto. Ante este pensamiento un mar inunda mi pecho y golpea con la fuerza de mil olas por todas mis células, me estremezco. La tienda era hermosa, con sus colores ocres y alfombras con figuras geométricas revistiendo la entrada. Me fui acercando. Freno en seco. Había alguien dentro y se estaba moviendo. Pensé en salir corriendo pero no había sitio donde esconderse, a excepción de la tienda misma. Empecé a imaginarme corriendo en círculos alrededor de la carpa para esquivar a este habitante. La imagen me causó gracia, recordé alguna escena de dibujos animados donde un personaje se esconde en la espalda de quien lo busca. Sin percatarme reía en voz alta. Dentro de la carpa salen unas palabras en algún idioma que no reconozco pero sabía con certeza que era árabe. 

No sé qué razón me hizo esconderme a un costado de la tienda y esperar a que salga. Pasan unos segundos, vuelve a decir algo y se escucha que camina hacia la puerta, desliza las telas y sale al abrazo del sol ardiente, tiene un turbante parecido al mío pero sus colores son más vivos. Mira a ambos lados, no alcanzo a verle la cara. Alza sus brazos al sol y se arrodilla, inclina su torso y apoya su frente en la arena, dice algo por lo bajo y se levanta, mira alrededor nuevamente y enfila hacia el otro lado. Va a dar la vuelta, me está buscando. Escucho que los pasos se alejan hacia el otro extremo, aprovecho y voy hacia la entrada, ahí espero y escucho. En un momento mi perseguidor lanza un grito, parece ser un llamado. Oigo que sigue su camino y bordea la carpa. Va a encontrarme, sólo tengo una opción, entrar. No quería hacerlo, estaba empezando a sopesar la idea de presentarme, cuando siento que algo prácticamente me empuja y caigo dentro. Estaba todo oscuro, se sentía fresco, acogedor. Había un suave olor a mirra que inundaba el ambiente. No escucho más nada, parecía como si no hubiese un exterior, la oscuridad era infinita, sus distancias insondables, sólo la mirra flotando y alguna sensación de telas, de lianas inmateriales. Me inunda la calma, me relajo.

Me despierto aunque no sé si siquiera me dormí, pero vuelvo a tomar consciencia. Estaba desnudo, busco mis ropas a tientas en esa oscuridad y me visto. Me estiro, arrastro mis pies, voy desperezándome, escucho pasos fuera y en eso una risa. Mi risa. 

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